martes, 13 de septiembre de 2011

La hostia final

La hostia final para aquel que siguió a todos los perros que perseguían su propia luna y no perdió el vuelo de ninguna golondrina cuando la tempestad ya estaba sobre sus narices.
¡La hostia final he dicho, la hostia final!
Para quién no se dió por vencido cuando las pirañas que nadan en la mente trataban de comerse su cerebro (y tal vez en parte lo hicieron),
porque el cerebro es gloria de todos los logros del espiritu,
es su único trofeo,
y la hostia su descanso.
¡Traigan la hostia final que ya ha sido inventada, traiganla!
Desde las nauseabundas catacumbas de los desdeñados Papas que ya vivian en el Reino de los Cielos cuando los Reyes los proclamaron a todos pecadores que merecian el infierno, desde allí viene como fue profetizado el último vestigio de memoria, el último vestigio de historia que podra encontrar la humanidad entre sus sucios y humedos libros.
¡Es el fin de la historia!
Para todo aquel que rio cuando los frutos del esfuerzo desaparecían en el silencio y siguió entonces los senderos de las laberinticas sincronias de quién sabe que cartografo anonimo y desconocido, pero humilde y honrado.
¡La hostia final he dicho!
Y quién no quiera escuchar el fin de la historia, el fin de la fabula,
y desee seguir adormecido entre lineas y palabras que encierran, que aprisionan, que se tire al río donde iran a parar todos esos futiles olvidos y allí podra nadar entre sus astutas y emocionales sospechas para siempre.
Pero que no moleste más a quién desea cerrar el libro de una vez por todas,
a quién se canso de historias y quiere ahora encenderse, volverse fuego.
¡La hostia final, que me deseo atragantar por última vez!

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