martes, 27 de septiembre de 2011

El sepultero

Desentierro la verdad,
para enterrarla devuelta
con el polvo de mis afanes.

Conosco la felicidad,
he probado de sus fuentes
que mis labios han amado.

Pero solo pensar en las puertas
del Reino de la Eternidad
aterra mi existencia.

Ya no me guía ni la vida
ni la muerte,
y soy sepultero.

Vivo en mi cementerio,
donde revivo verdades
para volverlas a matar.

Qué ha de hacer el hombre
que vive aterrado por sus sueños
tanto como por la realidad.

Quién ha de guiarlo
cuando la muerte se ha enrollado
tal como serpiente
alrededor de su cuello

dejando un suave y marchito aliento pasar.
No vivir,
no morir,
Solo respirar.

Sin tumba,
sin verdad.
¿Quién seré
en esta eternidad?

martes, 13 de septiembre de 2011

La hostia final

La hostia final para aquel que siguió a todos los perros que perseguían su propia luna y no perdió el vuelo de ninguna golondrina cuando la tempestad ya estaba sobre sus narices.
¡La hostia final he dicho, la hostia final!
Para quién no se dió por vencido cuando las pirañas que nadan en la mente trataban de comerse su cerebro (y tal vez en parte lo hicieron),
porque el cerebro es gloria de todos los logros del espiritu,
es su único trofeo,
y la hostia su descanso.
¡Traigan la hostia final que ya ha sido inventada, traiganla!
Desde las nauseabundas catacumbas de los desdeñados Papas que ya vivian en el Reino de los Cielos cuando los Reyes los proclamaron a todos pecadores que merecian el infierno, desde allí viene como fue profetizado el último vestigio de memoria, el último vestigio de historia que podra encontrar la humanidad entre sus sucios y humedos libros.
¡Es el fin de la historia!
Para todo aquel que rio cuando los frutos del esfuerzo desaparecían en el silencio y siguió entonces los senderos de las laberinticas sincronias de quién sabe que cartografo anonimo y desconocido, pero humilde y honrado.
¡La hostia final he dicho!
Y quién no quiera escuchar el fin de la historia, el fin de la fabula,
y desee seguir adormecido entre lineas y palabras que encierran, que aprisionan, que se tire al río donde iran a parar todos esos futiles olvidos y allí podra nadar entre sus astutas y emocionales sospechas para siempre.
Pero que no moleste más a quién desea cerrar el libro de una vez por todas,
a quién se canso de historias y quiere ahora encenderse, volverse fuego.
¡La hostia final, que me deseo atragantar por última vez!

jueves, 1 de septiembre de 2011